Parece que ciertos instantes en la vida, breves destellos significantes entre largos silencios, son los que la cambian, dirigen nuestros actos, guían nuestros sueños de manera insospechada, llevándonos hasta a aceptar -incluso con ternura y devoción- la más grande desolación, manteniendo ante el destino una enigmática sonrisa, como la de Mona Lisa”.
El amor es un gran chocolate. Un bombón relleno de un sabor embriagador que nos invade, indescriptible… Sí, uno puede presentir el dulce momento salivando, prediciendo con gran apetito el sabor que vendrá a la boca, un estallido de múltiples sabores con color, textura y calor… pero lo que nunca podemos anticipar, es la farsa, el dulzor amargo de un licor que se entremezcla animosamente con el suculento chocolate y que nos araña la garganta robándonos el aliento por nuestra osadía… El amor nos hace tolerar con gusto –e ignorar inclusive en ocasiones-, al dolor.
La sorpresa puede acabar siendo un premio, una cereza roja pícaramente escondida, una tentadora y rolliza turgencia perfumada de licor… o bien una frutita dulzona, o una semilla dura y seca, breve, que incita a comer más y más para recrear la sensación de cascarla una y otra vez entre los labios, uniéndolo al gusto de sentir desfallecer en la boca la morbidez de una cubierta untuosa que, instantáneamente, se derrite al calor de la lengua caliente… un éxtasis breve de puro placer.
Pero la avidez lleva a la compulsión, a no saber conformarse con menos… entonces la carrera que comienza en el descubrimiento de un placer virgen, acaba en la voluptuosa adicción de la más elaborada y perfeccionada satisfacción… la muerte de goce en el vórtice agudo del placer. El amor hermoso es una sensación compleja que también se debería paladear. Son flores, frutas, licores, perfumes… hasta cortezas de madera… habría que volverse niño para satisfacerse solamente con la emoción simple del momento de la revelación -sobretodo cuando ya se ha mordido la manzana, y en consecuencia, se ha sido oprobiosamente expulsado de algún remoto edén-. Es por eso que creo que el chocolate es un amor perfecto… Es tierno, dulce, generoso en sensaciones, nunca dice que no, siempre está dispuesto a fundir su vida con la tuya, dándote lo mejor de sí pues sabe que no morirá en vano, que seguirá en tu sangre y en tus venas, que será recordado sin rencor alguno, en cambio, con la más amable y dulce de las sonrisas, como quien evoca en un momento solitario al más tierno y entregado de los amantes… y eso último fue justo lo que me ocurrió…
Este era el último bombón de la caja. Yo sentía ese estremecimiento conocido en la boca del estómago. Pero esta vez la sacudida fue mayor. Tenía miedo, miedo de darme cuenta que luego ya no habría más. Yo me preparaba abriendo mis sentidos para recibirlo con todo el cuerpo, no importaba la gente, no importaba nada, éramos sólo el bombón y yo.
Pero no estábamos solos. A nadie le gusta ver ojos bonitos en la cara de otro, era preciso proteger la joya de mi corona… “Yo sabía que era el mejor, por eso lo dejé para el último” –dije en voz alta- para dejar bien claro que no me lo iba a dejar arrebatar, no esta vez. Me sudaban las manos, fingía sonreír para que nadie pudiera notar la turbación del pacto de sangre que firmaba yo en ése momento. Me latían las yemas de los dedos, y calculaba como apresar con ellos la cilíndrica fuente de mi placer, sin lastimarla ni vulnerarla, en el breve trayecto que media entre mis manos y mis labios… entonces ya abiertos, urgidos y expectantes…
Acudí a su llamado dejando que su cálida y embriagadora fragancia me rozara la boca, percibía su delicioso aroma con fruición, con los ojos cerrados, era una unión más que física, el preludio de un acto, una entrega entre iguales. Era como una alegre nostalgia… una suerte de despedida generosa de la causa placentera que nos retiene en nuestras fundas mortales.
Yo posé mi lengua discretamente en su punta… entonces un fuerte escalofrío me recorrió el cuerpo, un vapor caliente que me subió desde el centro del pecho a la cara, me impulsó a dejarlo entrar todo en su nuevo estuche… yo temblaba de turbación, sonreía cubriéndome la nariz con los dedos y frotándome con el envoltorio y oliendo así donde él estuvo antes… No me atreví a morderlo, no… era magnífico y me llenaba por entero. Me dediqué pues, a mimarlo con mi lengua, con deleite y suavidad, reconociéndolo y acabando su resistencia con el calor de mi boca ansiosa de sensaciones… Cacao, manteca, licor, esencias, azúcar y leche… La lucha fuerte y fundente lo hacía disolverse poco a poco, obsequiándome con su aromático elixir al final de mi lengua.
Al tiempo de acariciarlo, sentí el ardor de su precioso tesoro goteando en mi garganta, haciéndome brotar lágrimas de gusto, estremeciéndome a medida que concebía el éxtasis embriagador naciendo de su fruto licoroso, un fruto de sabor fuerte y amargo. El delicioso efluvio que me subía por la nariz, me advertía también que todo estaba por terminar, que ya se me había dado por completo. Yo lo amé entonces, cuando lo sentí latir en mis entrañas regalándose entero… y lo amé más después, a medida que se esparcía dentro de mí.
Yo le agradecí ese momento de completitud que me acababa de brindar -y que nadie me podría ya robar-, lamiéndome los labios, llevándome las manos a la cara, aspirando fuertemente, repasando palmo a palmo esa sensación que ya quedaba apresada en mi alma… pero que ya ansiaba una segunda impresión.