Sí, el olor era a canela. Ese era el nombre que tenía para mí. Nos vimos sin reparar demasiado en nuestras presencias entrecruzadas, la satisfacción venía por el aroma, el amor venía sudado por la piel… Yo estaba ya en casa, reviviendo la mirada suya sorbiéndome… Puse un poco de agua para hacer café sin dejarla hervir, un par de cucharadas de café arábica, recién molido, una más para el agua casi punto de hervir… el olor era lisonjero, como su sonrisa morena que revelaba unos dientes blancos alineados y perfectos, unos labios carnosos de esos que uno no se cansa de besar… un poco de leche bien cremosa adicionada de un poco de leche condensada, frotada animosamente hasta lograr coronarlo con una nata fuerte… que resultaba la mezcla ideal con el café recién colado y el maravilloso toque de canela al final, caliente y revitalizante.
Tenía que sentarme a beberlo, evocando… siempre se ponía un poco de canela en el dorso de la mano -pensé-, apreciaba el olor con los ojos cerrados, entonces aprobaba y ponía la canela sobre su café tinto… Me preguntó más detalles acerca de mí y me escuchaba con atención… yo fingía seguridad, pero balbuceaba incoherencias de mujer tonta, sonreía por no saber y por parecerle encantador… de hecho eso funcionó… yo bajaba la mirada y levantaba de golpe los párpados para llenarme los ojos de su presencia, me atontaba su aplomo de hombre triunfador, de viajero frecuente con muchas millas acumuladas en vida y en su pasaporte. Él escribía sobre un papelito con el removedor, humedeciéndolo con su café oscuro, decía que me amaba… y yo había vencido mis reservas hacía mucho tiempo. me había satisfecho, me había asegurado de llevar su presencia por dentro en más de un sentido… yo ya no estaba escuchando, pensaba esto abandonándome en mi café, sujetándolo con ambas manos, respirando el aroma dentro de la taza de loza profunda y pesada, precalentada con agua hirviendo antes de verter el aromático elíxir.
Yo tenía el alma hinchada de sus gestos de amante, la cabeza llena de imágenes y el corazón pensativo. ¿Qué más podía aspirar? o bien, ¿qué más quería lograr?, ni yo tenía la certeza… dentro del cuerpo tenía un secreto tan oculto que ni yo lo sabía. Lo que sí sentía es que yo lo había deseado antes de conocerlo, que, aunque sonara absurdamente new age, era un encuentro predestinado… a pesar de mi escepticismo, a pesar de mí. Yo ardía en deseos antes de recibirlo en mi vida y en mi cuerpo, como ansía la taza caliente contener al café, como ansía la boca beberlo humeante y como ansía el cuerpo fecundar su carencia o calmar una ansiedad… Amar, temer, partir, síntesis de un reencuentro, un principio y su final, con un nudo al centro, en la garganta, en la boca del estómago…
Abrazar al destino nos hace más sabios, más fuertes, pero no nos excluye del dolor, no podemos fingir que aceptando la fatalidad, nos dolerá menos. Lo que evitamos es la sorpresa y lo que ganamos es una nueva pre-ocupación: Tratar de frenar la rueda de la fortuna. Pero sin saber exactamente donde tirar de la palanca para lograr detenerla. Somos arrogantes llevando las riendas hasta que el caballo nos echa al suelo en un salto. Hay que saber levantarse, “el secreto de caerse bien es saber levantarse con estilo”, como dice mamá. Volví a llenar la taza y a garrapatear dibujos en un papel. Yo tenía cosas por dentro para mostrar, muchos talentos absorbidos de una vida de fisgonear, de curiosear en libros y cajones, quien busca encuentra. Y yo encontré muchas cosas, la verdad.
Recordar todos esos momentos me daba placer. Pero también me inquietaba. Necesitaba hacer algo para disolver esos temores, la distancia, la frialdad aparente que se esconde en nuestros afanes… Lo que debía era entregar ese amor, transpirar seguridad, sin manipulación, sin egoísmo, sin aferrarme, la medida de la legitimidad de mis sentimientos me devolvería resultados proporcionalmente iguales a como yo los esperaba… sonó el teléfono. No era nadie.
Luego transcurrieron tres días ordinarios, silenciosos, de entonar rituales mecánicos y procrastinar, vivir por vivir, lo cual me daba mucho tiempo para pensar más tonterías. Pensaba en si daba tanto como recibía… pensaba, por costumbre ociosa, mientras cocinaba, mientras comía, que si sería mejor si lo tuviera de continuo… Algo me decía que no; pero mi memoria genética me pedía un hogar, la devoción de una relación, ¿cómo deshacer la lucha interior? ¿cómo reestructurar mis convicciones? cómo salvar obstáculos tan imposibles? No me dejé caer en ese juego, no otra vez, callé mis pensamientos con un nuevo sorbo de café, y los dejé valiente, sentados en la silla. De pronto, en medio de mi gesto triunfante, se abrió la puerta. Me asusté mucho al ver su figura a contraluz, había olvidado que le había dado llaves y permiso de entrar sin anunciarse. El sobresalto dió paso a un beso, sin saludos ni explicaciones. El volvía para amarme y yo me dejaba amar, amándolo de vuelta, con la misma devoción que un legionario amaría un oasis en medio del desierto -con manantial y sombra incluidos-. Yo no hacía preguntas ni reproches, apenas si dejaba ir una que otra frase como para dejar sentado en acta que lo había extrañado… cosa que él sabía compensar suficientemente con su cálida ternura y con hambre de mí… me devoraba con fruición, deteniéndose en cada detalle, acariciando mis caderas y mi espalda, arrancándome escalofríos que ni yo me conocía y que sabiamente lograba hacer brotar de mis entrañas… él era el mago de mis orgasmos. En sus manos mi cuerpo ya no me pertenecía y yo no temía confiarlo a su placer, yo era más feliz así, jadeante por el satisfactorio trabajo de amar, que rumiando mis atávicas convicciones.
Esto era lo más sincero que me había pasado nunca en la vida, ya no necesitaba engañar ni manipular a más nadie -ni a mí, por extensión-, no era necesario ni yo quería poner una trampa adelante… ¿era eso lo que yo buscaba? Ya no lo recuerdo… pero creo que sí, estaba mejor así, el café con canela.