Caramelo oscuro

Caramelo oscuro

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Todo es música -pensé- y eso es lo que me ha acompañado todos estos años, las letras de amor que vivieron otros, y que yo cobardemente apenas me atreví a tararear a sottovoce: «Au bout du téléphone il y a votre voix, et il ya des mots que je ne dirai pas»

Yo jugaba retorciéndome los rizos del cabello, yacía recostada sobre las sábanas de raso, destendidas ya de tanto pensar y moverme. Yo no puedo… no tengo como ir hasta está él, ¿por qué las cosas iban tan mal? yo lo amaba, pero eso no bastaba… yo quería darle todo lo que me quemaba por dentro, mi sensualidad, mis deseos, sentirlo adentro de mí, refugiarme en su cuerpo hasta que dejara de llover afuera. Mientras,la aguja seguía desgranando frases del viejo disco « je devrais vous parler, je devrais arriver, ouje devrais dormir ..J ai peur que tu sois sourd, j ai peur que tu sois lâche, j’ai peur d’êre discrète, je ne peux pas vous dire que je t ‘aime, peut être».

Sí, mi amor temeroso y desprotegido también estaba construido con retazos del amor de todos; con trozos de filmes, de canciones, de libros… pero con unos matices que lo hacían único, mío nada más. Mi amor era inmenso, lleno de referencias, rico en imágenes de todo tipo… ¿Cómo no podías verlo? Eso era algo que nunca alcanzaría a entender ¿Acaso es que no querías hacerlo? ¿Perdí tanto tiempo haciéndome introspección que de pronto dejé de sentir que estabas ahí? espero que no. Las preguntas flotaron en el aire tantas horas, dándo vueltas sobre mi cabeza, que ya me había trenzado toda mi cabellera imaginaria, holgazaneando sobre la cama sin darme cuenta. “Todas las historias de amor terminan mal, sobre todo las mías", me dije en voz alta, sin gusto, desgastadas de tanto manoseo, romances consumidos de quemarse a fuego lento, como… ¿cómo qué? jAy! ¡Se me quemó el caramelo en la cocina!

Salí corriendo a verificar la zona de desastre, una humareda negra y la olla perdida de quemada, la así con un trapo. “Creo que se te pasó el punto, una señal”- me dije- y alargué el brazo soltando el conjunto bajo la tina del fregadero. ¡Fsssssssss! hizo un estruendo y calló. Se me humedecieron los ojos… nada me sale bien -pensé-, y me senté de golpe en el banco de la cocina, pensando con pereza en recomenzar. Estaba como al principio, en mi cosmogonía particular…" si, al principio sólo estaba el fuego, una olla de de metal y azúcar, y una mano divina los reunió para hacer caramelo líquido en apenas 6 minutos… pero ¿quién por aquí tenía ganas de volver a comenzar? Nadie respondió.

Enarqué la ceja con aire de diva vengadora al mejor estilo de Sara Montiel. Y cerré la puerta tras de mí, ceremoniosamente. Necesitaba ver gente… me fui al mall.

En mi caminata, pasé junto a mi heladería fetiche y no me pude resistir. “Las penas con pan son menos, y si es helado, pues mejor.” -me dije, con una buena dosis de autoindulgencia-. Me compré una barquilla doble de amarena y stracciatella, rica y cremosa. Mis talentos de cliente frecuente me permitieron que el simpático -pero demasiado joven- chico del despacho, me coronara con una deliciosa frutita roja los dos copos que luchaban -como en el borracho y la equilibrista-, por mantener su precario equilibrio. En medio de tanto calor y las maniobras de mi boca urgida, perdió la elegancia: Acabé pasando la punta de la lengua alrededor de la barquilla, que ya amenazaba con derretírseme en la mano y colarse entre mis dedos. Me detuve a solventar la incontinencia inesperada de un solo bocado, me engullí la amarena que aún estaba en la cúspide nevada de mi Everest particular. Me manché, en medio de mi gula, la barbilla, y me limpié con la punta del dedo, chupándomelo luego y cuidando que no me viera nadie, pero me vieron… Un varón moreno, alto, robusto, rapado y bien vestido, me observaba boquiabierto y fijamente, no sabía realmente desde cuándo.

“¡Ay, qué pena con ese señor! - me dije bajito y di media vuelta-. Seguí lamiendo, muy seriamente, pero con industria, los lados y vericuetos de los costados inexplorados de mi cornetto, trabajándolos con la lengua de abajo hacia arriba, sorbiendo con cuidado cada nueva frutita que encontraba y las lágrimas de jarabe rojizo que deslizaban desde su brillosa cumbre… por un momento era totalmente feliz: no estaba pensando absolutamente en nada. Estaba disfrutando mi experiencia como si fuera la primera Gretel sin Hansel, sin tener que compartir la casa de dulces con nadie…. qué delicia, qué gusto, qué placer, así tiene que ser la gloria! y se me corrió una fría gota de helado hacia la mano en mi descuido… fui rápido a perseguirla con la lengua por la barquilla… en medio de mi ritual me encontré de nuevo con esos ojos.

¿Todavía estaba él allí? Sentí la sangre subiendo a mi cara, como si me hubieran sorprendido en una travesura… y ligero le metí un mordisco al helado y me escabullí lo más rápida y discretamente que me permitía mi helado colapsando.

¡Qué vergüenza, qué vergüenza! ¿Dónde me meto? Me atraganté con lo que quedaba de mi delicioso helado y me metí en la joyería más cercana; fue el lugar más seguro que se me ocurrió en el momento. Me puse a ver turquesas, amatistas, obsidianas negras… y ahí estaba el Tutankamón, en la vitrina y viéndome como yo al helado. Bueno, me armé de valor y salí. El me vio de arriba abajo al salir y yo le dije, armándome de valor: “buenos días”. Él hizo una reverencia con su cabeza y me contestó algo en un francés ininteligible para mí en ese momento, y me siguió como si fuera de la realeza… sentía que me respiraba el perfume, aunque no estaba tan cerca.

Al parecer, no venía sólo, pues otro hombre de uniforme iba con él a cierta distancia. Yo seguí caminando en círculos, fingiendo que me interesaban las vitrinas,sólo por ver hasta dónde era capaz de llegar. Él estaba haciéndole unas señas al tipo de uniforme para que se fuera… ¿se daría cuenta de que yo lo percibía? - pensé-. Me atraía y me daba terror. Un pequeño desliz y ya me veía yo de table dancer en un oscuro cabaret árabe, o peor, como en La pasión turca, tal vez. Pero es que era muy guapo, y sexy, y esto está tan solo… ¡ahhhh! Suspiré en voz alta… me salió el hombre desde atrás.

“Creo que está haciendo calor”-me dijo en un tono susurrante, como para romper el hielo- Y yo me derretí de miedo y de sorpresa, bajé la vista y lo detallé todo antes de levantarla y encontrarme con unos ojos ambarinos casi de caramelo frente a los míos… yo no sabía que demonios contestar, estaba epaté… “no, no estoy haciendo nada” -le dije, sin pensar, y repuse rápido, con un hilito de voz “Ay perdón sí, si tengo calor, es que no le entendí bien”… me quería como morir. el tipo olía rico, como a pimienta dulce. Y me presentó una tarjeta de un país norafricano, yo la leí en voz alta, él se dio cuenta que entendía francés y me dijo algo de una misión de negocios… yo lo escuchaba embelesada, tratando de entenderlo,desempolvando mi olvidado francés. Yo lo veía con atención, me cedía el paso, se tomaba consideraciones conmigo que me hacían flotar de puritito gusto… pero sencillamente no podía ser, ¡yo ya tengo mi novio!

Esto podía ser potencialmente peligroso para mi integridad física… “al di lá del sogno piú ambizioso, ci sei tuuuu “, sonaba en mi cabeza… ¿y si se aprovechaba de mí? ¿Quién me iba a ayudar? Y me agarré con fuerza de la tira del bolso y alargué la mano para despedirme, preparando mi huída por donde había venido. Bueno,señor…” -farfullé apenas- ¿Ya se va? no me acepta una invitación a… (abrí los ojos, muy grandes) charlar?” Y me lo dijo viéndome de arriba a abajo con eso ojazos color caramelo oscuro, y tan embelesados que yo sólo pude contestar inclinando la cabeza, con una media sonrisa y viéndolo a los ojos: “si me compras un helado”.