Hay relaciones que se entablan sin presentaciones. Son esas las que nos marcan la vida antes de poder reflexionar si nos convenían o no. Destino… destinare… destinorum, sí, viajar, llegar a un lugar, esa es la serpiente que se muerde la cola, uno pasa por la vida sin saber que aprendía algo en especial, hasta que se encuentra con esa mirada.
Yo no conocía ni su nombre, ni de dónde venía, sólo unas pocas frases que me vendían un concepto, sólo me estaba dejando seducir por la descripción de un cuerpo, un color… yo intuía que sufría, pero no era en modo alguno compasión lo que me impulsaba a tomarlo…estaba ahí, recibiendo toda esa luz y aquel calor… y no era justo, simplemente. Hacía falta cambiarlo de escenario, recomenzar en otro lugar, -si es que eso era ya posible – donde nadie más pudiera vernos juntos. Hice lo necesario. Lo sujeté, con firmeza y frialdad,y lo llevé conmigo.
Discretamente nos dirigimos al mostradpr. Sería una transacción rápida. Dinero, identificación, datos personales. Estaba nervioso. A pesar del calor, estaba frío al tacto, pensaba que se me leía en el rostro lo que íbamos a hacer… “es una ocasión que no se puede dejar pasar” -me dije-.
El corazón me advertía a su manera, dando vuelcos… yo no caminaba, yo “flotaba”, no quería ni mirar a mi lado, para fingir que no estaba y de pronto, con sobresalto, volverme y descubrirlo de nuevo… era tonto, sí, pero me hacía feliz, era como esa felicidad clandestina que embriaga a una pareja de amantes fugitivos.
Llegamos a la habitación. Aspiré de inmediato un olor de flores cerosas. Azucenas, magnolias y una abeja… estaban dispersas por ahí, como esperándonos junto a la lamparita de papel de arroz. Sin esperar, lo apresé con las dos manos, retirándole todo lo que pudiera separarnos. Pasé mi nariz de un lado al otro, con fruición, con los ojos cerrados para aguzar la intensidad de lo que sentía, comencé a experimentar sus aromas… Vainilla, chocolate, frutos rojos. El olor penetrante subió como una exhalación ardiente a la nariz… por apresurarme tanto se me humedecieron los ojos, como ante la presencia sorpresiva del descaro del amor.
Lo dejé reposar, esta vez por compasión… pero para conmigo mismo. Estaba aturdido y lleno de palabras reprimidas. Fui a ponerme algo más cómodo. Volví al salón sintiendo los escalofríos de la seda rozándome la entrepierna. Pedí algo de queso, un poco de jamón de jabugo. Casi irreflexivamente, pensando en hacerle justicia y también en darme tiempo para reencontrar mi centro,para regresar con cada sentido en su lugar.
Me le acerqué con una copa, quería ya dejarlo entrar por primera vez en mí. Pretendí hacerlo con la frialdad de un experto, pero aún tenía mucho de las ansias de un morboso diletante… aspiré plácidamente de nuevo esos aromas maravillosos, ya más apaciguados y serenos, entonces paladeé su furor en mi interior. Estaba levemente frio, pero se calentaba rápidamente con mi boca, me revelaba su cuerpo maduro, vigoroso desnudo, se me entregaba todo haciéndome presa de la sorpresa de su magnífica presencia. Coqueteaba sabiamente con mi paladar por todos lados, dejando sensaciones y rubores aquí y allá, me turbaba y yo me sentía agradecido de lo que hacía, me abandoné… arañaba mi garganta con su sabor intenso al principio y aterciopelado de posgusto, que seguía permaneciendo en mí aun cuando ya se había marchado. Yo no podía pensar en más nada si no en extender a conciencia esa sensación extática. No sé cuánto tiempo fue, pero seguimos… La mejor combinación la lograba con mi saliva, con esas flores, con ese ardor de deseos en mi entrepierna y esa relación de fervor sin sosiego en mis labios. Ya estaba medio adormecido de tanto placer…con la sonrisa boba de quien ha dado ya demasiados besos…
Me quedé dormido sin darme cuenta. Ya era de mañana y quedaban los restos de una noche… una cama deshecha, la botella vacía, lejos, como una promesa rota, como una despedida sin beso antes del amanecer. No lo encontré más… al menos eso me dijeron en el café, que lo buscara por Internet. Yo me veía forzado a sonreír a cada frase estúpida que me hacían, a los consejos de amigos que uno no pide oír, que, si pregunte aquí o pregunte allá. Me tocaba rechazar con amable cordialidad todo aquello que me presentaban; yo no quería más nada, ni oír a más nadie, excepto lo imposible. Nadie comprende el dolor ni las alegrías ajenas,sólo caminamos los unos junto a los otros temerosos de reconocernos verdaderamente.
Cedí, más por desesperación que por cansancio, a las diversas opciones. Probé uno y otro, decepcionándome una y otra vez, descartando aspirantes por los detalles más arbitrarios e injustos… que, si le falta “cuerpo, que, si es muy joven, que apenas si tiene personalidad, que si no tiene gracia, que es muy rudo o excesivamente delicado, o que está maduro, pero sólo Dios sabe si aún está en plenas facultades. Me volví más solitario y más receloso, melancólico e insaciable. Cuando el primer placer ha sido tan espléndido, la búsqueda del placer se vuelve más retorcida y difícil; un sinuoso camino lleno de oscuros y perversos recovecos que parecen no conocer el final.
En el café recibí una nota curiosa en una tarjetita roja: “No te bebas la vida de un trago… ni a solas, encuéntrame en el café Rioja, a las 6 de la tarde”.
Acudí, no sin cierta reserva, a la cita. Mis ojos no daban crédito a lo que veían. Era una realidad virtualmente imposible. Después de tanto hablar, temas tan anodinos, hoy estábamos ahí… yo sin armas, y tú, bajo esa luz dorada de final de tarde… Mudo y subyugado a tu elocuente y sugestiva mirada de rioja, titilaban pensamientos dentro de tu cuerpo perfumado de especias, yo, hechizado, como bajo un sortilegio, estaba en éxtasis.
¿Cómo podía ser que yo no tuviera al fin nada que decir? Se me escapó del cuerpo, sin querer, un gesto que rompió el silencio entre dos notas, una tonta lágrima que habló por mí, como el gesto excitado de un amante agradecido. Me sujetó la mano… y yo ya no se la pude soltar más. Es uroboros, -me dije-, es “eso”, otra vez.