Demi-glace (Muerte en el escenario)

Demi-glace (Muerte en el escenario)

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Era preciso lograr conquistar el silencio. Mi mente divagaba en la madrugada, buscándole sentido a todo al filo de la media noche, había tomado un somnífero, era preciso dormir sin soñar. No resistiría otra noche más de sueños reveladores.

Pero no pude colaborar con la farmacéutica esta vez, seguía en vela. Mis pensamientos se alineaban en mi cabeza como horrorosas flores de plástico sobre una tumba: “Tal vez, si aprieto lo suficiente tu cabecita, dejes de pensar en Ashley Wilkes, Kathy Scarlett."-dije susurrándome, oprimiéndome las sienes mientras me estiraba en la cama pero los pensamientos seguían fluyendo…

“Quizás todos estos argumentos apuntan a la iluminación, al trabajo de alma, a mi necesidad de vivir o amar, a los nombres filosóficos que me invento para justificar mis locuras, quizás, pensando un poco, sea mejor después de todo, ignorar ciertas cosas, savoir vivre, como decía mi abuela, adelantada a su tiempo, esa es la felicidad. Si supiera vivir, no habría comido tanto en la cena, estoy delirando”, cavilaba, cabeceando en la almohada. El atontamiento narcótico no lograba evitar esa voz en off, poner la mente en blanco… sí, dormir…

“Somos el fiel reflejo de nuestros sueños, tanto de los logrados que nos acercan a lo divino, y que son la realización la perfección, la dicha y la alegría de vivir… como de los truncados, que hacen la sombra que nos sigue por doquier, que nos resta el éclat vital, pero son el untuoso combustible que nos da sabor, que anima los destellos de una luminosa genialidad… los sueños rotos que nos hacen conscientes de los porqués de nuestra humana condición, reconocedores el sabor de la fruta mordida, del saber que no existen los unos sin los otros… " Here we go again, ya te pusiste místico, me dije, debe ser la pastilla esa la que te pone así ¡ya está bueno! pero no era la pastilla, no, era más bien como una luz sobre mi cabeza, o, tal vez era la luna llena dándome en la cara, blanca y redonda, a través del espejo que estaba frente a la cama.

Lo mejor era levantarme y salir a caminar un poco por el patio. Refrescarme con el sereno de la noche, quizás así haría que amaneciera más temprano, en lugar de seguir dando vueltas en la cama como un bistec. Me preparé un té de melisa medio dormido, y salí por la puerta de atrás, me apoltroné en una silla donde me daba la luz de luna de frente. Me arrellané sobre mí mismo, sintiéndome y sintiendo los escalofríos lunáticos, la energía de esa luz fantasmal sobre mí. Me dispuse a darme un masaje de pie. y bien, ¿qué era lo que estaba soñando? Debí anotarlo al levantarme, siempre olvido la trama y me quedo con los retazos de las historias.” Cerré los ojos, y me palpaba, sintiéndome todo; las palabras bajaban solas desde mi cabeza, con el desorden de la escritura automática: “El simple gesto con que nos arrastramos del sueño a la realidad, hace desaparecer violentamente, apenas se despereza uno, las arrobadoras imágenes del sueño… ¿para protegernos de qué? Si uno se empeña en alcanzar la imagen nacida del subconsciente, intercambiar arquetipos por significados, hallar las soluciones de entre las tramas tejidas en el arte del engaño onírico, pero los significados se desvanecen, como se desvanece una acuarela bajo un chorro de agua”.

“Debería terminar sentarme a escribir y no quedarme aquí, a media madrugada bebiendo té y pasando frío… eso, sentarme a escribir”, me retaba. Pero no me levantaba y dejé que me amaneciera en el patio. La aurora grisácea de la ciudad bañaba suavemente las cosas, ya se oía lejanamente el rumor de los coches en la autopista… y yo despierto, pensando en tonterías. ¿Y si ponía dorar unos huesos en el horno? Seguro estarían listos al mediodía y tendría un fabuloso demi-glace para mis salsas por varios días…“Sí, voy a hacerlo”, -pensé- y me enfilé a la cocina.

Puse los huesos rojos en el horno y me puse a revisar entre mis hierbas del patio qué plantas arrancaría de su sueño para convertirlas en caldo primigenio, me sentía como la bruja mala del oeste, o más bien, como una semidiosa, extravagante y trasnochada… casi como Cher en Moonstruck. “Cuando uno se adueña de su poder, juega a ser dios. Sí, se juega, pues bajamos al mundo sin un manual de instrucciones, nos pasamos la vida averiguando qué sucede si oprimimos los botones rojos del panel de control de nuestro cerebro; pero la cobardía no nos permite ni acercarnos a ellos…” Escribí eso en el reverso de un ticket de la compra que quedó marchito sobre la mesa de la cocina anoche. Luego me alcé, lavé las hierbas, me puse a cortar las verduras gruesas para hacer el caldo y un bouquet garni bien amarrado, como un muñeco voodoo. “Seguro que debe pensar que me comporto como me comporto porque estoy en celo… puro reduccionismo masculino post-feminista, aunque hay que darle algo de crédito, sí estoy cachondo”, -me dije, y encendí el horno, detonando una llamarada-.

Creo en la maravilla de este amor que madura dentro de mí, aunque a veces me cueste seguirle el paso a sus cambios, porque a veces no tengo la suficiente quietud en mi mente como para percibir cómo se suceden las mutaciones, es que el amor evoluciona, o que de pronto amanece así como hoy, con los cabellos revueltos y trasnochado, es entonces que comprendo, sin esforzarme mucho, que toda esa elaboración mental, no era más que una entelequia omnisciente, fabricada para mantenerme ocupado, o para embrutecer a ese tirano interno que insistía en llenarme de deseos, dudas, celos y resentimiento. Yo saludaba al día con una revelación… lo estaba logrando, había sobrevivido despierto y veía el amanecer con una cierta sonrisa, como la de quien se salva de morir al alba.

Sonó mi móvil y era él…“Que tengas un buen día amor” decía el mensaje, que no me descontroló. “A veces, esas pequeñas cosas hubieran bastado”-dije bajito, casi suspirando-, me di cuenta que había logrado callarme adentro lo suficiente el amor que sentía por él como para escucharme a mí, como para pensar con algo de claridad qué es, o que hago en este lugar, a donde dirijo hoy mis pasos… sentí un poco de miedo, pues temía dejar de sentir esa especie de milagro interior, había comenzado a quitarme el velo de las apariencias y a ver de frente la verdad, pero no había retroceso posible, ya había aprendido a amar sin depender, a amar soltando mis aprensiones, me sorprendí confiando, recibiendo lo que esperaba al dejar de preocuparme. Todo se desbloqueaba. El trabajo me hacía bien, poco a poco recibía más buenas noticias que malas, me estaba emancipando económicamente, el silencio de su ausencia me había dado el espacio para ocuparme de mi mismo, dejaba de ser invisible, me volvía atractivo, mis inversiones comenzaban a pagar dividendos… y yo volvía a escribir y a sonreír mientras cocinaba… Lo que quedaba del día lo consagré a hacer cosas, trabajar, preparar facturas, hacerme un rico desayuno ligero, a darle de comer al gato y pensar tonterías románticas… con el corazón pensativo.

Al final de la tarde ya estaba casi listo el demi glace, se había reducido por horas en la marmita a fuego lento. Era quintaesencial, de lo mejor, un caldo precioso y satinado. El olor viscoso y delicioso me había dejado sin apetito todo el día, yo estaba adormilado pero satisfecho. No había dejado de ser yo nunca… y sin embargo nunca sería ya el mismo, morí un poco, para amarme más y mejor, yo quería compartir ese amor con todo el universo… era María Magdalena y Eva, Venus y Psique… pero aún mejor, porque era todas y era una. Era un buda encarnado al reconocer mi divinidad por dentro, porque yo callado y sabio entendí que tenía los pies en la tierra… y mis ojos en las estrellas.