No estamos enamorados, pero así es mejor -decía en voz alta, pues estaba sola-. Chisporroteaba el wok mientras esperaba que espesara la salsa. Así estaba muy bien. Un poco de soya, salsa de ostras, guindillas, algo de zumo de naranja, chile picante en polvo sobre piña caramelizada… Jengibre para hacerlo más picante, solo faltaba el cerdo y ya. Él ya estaba por llegar y quería que todo estuviera a punto: almuerzo tipo thai, las flores, el vestido, el cabello recogido en un chignon, un albariño bien frío. Ya me había arreglado y todo parecía estar muy bien. -Si, muy bien- decía, mientras me examinaba de refilón en el espejo grande de la sala. Exceptuando ese susto en la boca del estómago que no se me quitaba con nada… No soportaba esas situaciones de vaudeville, tener que escuchar mentiras de alguien que jura que estaba en un sitio, cuando en realidad estaba en otro y que además trata de hacerlo con el aire más anodino posible, como el tono robótico de un reel de red social. Me senté a hablar sola frente al espejo a retocarme, como toda una influencer. Yo, que había vivido todo eso, no pensaba vivir de nuevo ese infierno. Me juré -famosas últimas palabras-, no enamorarme más de alguien que no me ame. Decía esto, mientras me repasaba con prisas mi untuoso labial en el espejo:
— Por eso estamos juntos, soy independiente, es una unión apacible, no me dolerá lo que haga si no lo veo, no dejaré de coquetear con otros hombres, no hay compromisos, ni fidelidad, ni noches en vela, ni celos, ni…” ¡Antonio! Sí, en la puerta y puntual, por primera vez en su vida, para mi sorpresa.
— ¿Hola Amor cómo estás? Dijo en una exhalación — estampándome el beso de costumbre. ¡Dame agua! tengo sed, ¿qué hiciste de comer?
Me miré en el espejo, bella, vestida y perfumada, la casa, un comercial de brillo y esplendor doméstico… y él preguntaba qué hay de comer… ¿tendrá cara? Me fui al refrigerador sin decir nada y regresando con el vaso de agua gélida, como mis ilusiones románticas.
— ¿Sabes? Te extrañé mucho, mucho, mucho. Me decía mimoso, rodeándome por la cintura con los brazos.
— Ya va, chico, ¡vas a botar el agua!, me quejé, riendo.
— Estás muy linda. Hueles rico… ¿para quién te perfumaste así?
— ¿No adivinas? dije irónicamente. Es que venía el técnico de la televisión por cable, un tipo enorme, muy formal.
— Si, me imagino… ¿es joven?", dijo, jugando a los celos.
— iQué bobo eres!, repliqué, es un poco más alto y fuerte que tú, eso sí, agregué, desembarazándome de sus brazos y yéndome a la cocina. ¡Siéntate! estoy casi a punto de servir.
Todos los fuegos ardían en los quemadores, la salsa burbujeaba como las ciénagas de un infierno. No me había llamado más que dos veces en dos semanas, y llamadas de un minuto para preguntar tonterías, cargaba el teléfono apagado casi siempre y yo me sentía tan…
— ¿Qué hiciste hoy? Tengo el estómago pesado, preguntó.
— Nada que te vaya a matar, no te preocupes -grité cordialmente-, mientras miraba con concupiscencia el frasco de somníferos sobre la nevera.
La mesa estaba servida. Comimos casi sin hablar, él sonreía a medias, como satisfecho -¿o recordando algo?— no tenía como saberlo… tal vez conoció a alguien, quien sabe…
— ¿Todo estuvo bien con tu viaje? Dije, para romper la barrera de su sonrisa socarrona y su apetito voraz.
— Sí, mucho trabajo, estoy reventadisimo -dijo-, mientras se atracaba ante mi mirada atónita con la última lasca del cerdo— me veía buscando aprobación…
— Come, come, que eso es tuyo". Es que tú no te cuidas, -contesté en tono terapéutico— ni te preocupas por nada hasta que tienes todo encima.
— Ya vas a empezar -me dijo-.
Me callé para no arruinar la comida y el ambiente de concordia y armonía tirante. “¿quieres café?” pregunté. sin verlo a los ojos, en el tono de quien espera que digan que no. Me sujetó de la mano antes de poder levantarme de la mesa y me dijo:
— ¿Estás bien?, y buscándome los ojos siguió con un ¿te sientes bien?
Hice un esfuerzo patético por sonreír y le dije bajito… “Estoy bien, sí, estoy bien", y salí huyendo a la cocina. Pero en la cocina me esperaba a mí misma y no podía esconderme.
¿Qué había hecho en todo ese tiempo que no me buscó? ¿Con quién había estado? ¿Él me amaba? ¿Valían la pena tantos desvelos? ¿Yo era quien me equivocaba? Mi voz en off me volvía loca. No iba soportar que me dijera que andaba con alguien más y fingir que no importaba… que no me lo dijera, lo iba a matar…pero…¿por qué?
— ¿No y que no lo amabas Laila? me dijo mi voz en off.
— No voy a llorar -me limpié dos lágrimas tontas-, que se me corre el rímel.
Café. Ahora sí necesito un café. Abrí el depósito de agua de la máquina expresso y lo llené con agua fresca, molí un poco de café… era un olor delicioso, reavivante. Aspiré hondamente… apisoné el café en la cavidad, encendí la máquina y me dispuse a esperar, oyendo el rugido de la caldera. Se vino a buscarme a la cocina.
— Tenemos que hablar -me dijo solemne-.
— ¿De qué??? -aquí fue, lo sentí como un susto peligrosísimo en el estómago-
— Con tantos kilómetros de distancia… no me hago ilusiones románticas cuando estoy tan lejos, yo me ocupo de mis asuntos, resuelvo mis cosas, cuando vengo te siento así, tan a la defensiva… y a la vez no me dices nada…”
Y entonces, sonó mi teléfono, “aló… sí, sí, sí, yo te dejé eso en tu escritorio antes de salir, ahí tienes toda la información, las fechas, los precios, todo" y me fui un momento a concluir detalles técnicos y pagando mi furia con la pobre inocente que me llamaba. Regresé a la cocina… estaba en el baño y dejó el celular peligrosamente a mano…
— Eso es inmoral, me dije, ¡ni se te ocurra!
Acto seguido, tomé el teléfono y lo obligué a confesarme sus mensajes: “te estoy esperando en la feria Osito”…te extraño papi, te quiero mucho", “Déjame pensarlo. Aun no estoy lista", ¡incierta!, pensé, “Se te ve un bulto y no vas a la escuela. Estás divino, hubiera querido estar contigo”, la furia no me dejó leer más nada. Sólo podía esperar ver salir al toro del burladero para clavarle las banderillas. Hoy se acababa todo… ¡Sí señor!, no me iba a ver la cara… pero… ¿cómo le iba a decir lo del celular? Ya viene para acá. ¡Apágate luz, apágate! Y lo dejé rápidamente en la mesa.
— Yo estuve pensando en estos días -dijo-.
— ¿Ah, Y tuviste tiempo para pensar? ¡jó…qué bueno! espeté irónicamente.
La máquina empezaba a arrojar vapores y a hacer ese sonido como si fuera a reventar… -Sí, yo creo que -decía como entornando los ojos-…
— Sabes qué, no sigas, ya me sé el discurso, que crees que yo soy maravillosa, que no me mereces, que me deseas lo mejor del mundo… y seguro que luego te vas con alguien con menos escrúpulos que yo, o más joven o más, o más… Y me puse a llorar golpeándolo en el pecho…“yo te amo, ¿cómo puedes hacerme esto??”
La máquina de café arrojaba vapor en cantidad, silbando su olor profuso a café.
— A quien trato de engañar, si yo pienso en ti todo el tiempo, si todo me relaciona contigo, ¿para qué tanto autocontrol? Tanto hasta luego, que estés bien… como si no me importaras mucho… ¡si yo me siento viva cuando me haces el amor!, si te deseo… sí me importas, y mucho, ¡coño! Pero bueno si te vas a ir vete ¡lo dejamos así y ya!
Y con toda la rabia que tenía lo empujé al sillón… pero se vino hacia mí y me dijo:
— Laila. Yo lo que había pensado decirte era que, si querías que me mudara contigo, que probáramos estar juntos más tiempo, que realmente me hiciste falta, que yo te…
Y lo besé fuertemente, con pasión. Él me correspondió con más energía y me soltó el cabello, acariciándome la espalda suavemente con los dedos, de esa manera que él sabía…
— ¿Quieres café? Le susurré al oído…
— ¿Y tú, quieres café? -preguntó pícaramente-.
— No, la verdad es que yo…
— Calla, yo sé lo que tú quieres, dijo llevándome con él.
…y esa fue la tarde de domingo más romántica que pasé en la vida.