Humo en el espejo

Humo en el espejo

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La caja de cigarros, el encendedor y el cementerio de colillas retorcidas en su mismo sitio de siempre, listos para echarles mano.. Viernes en la noche y solo. En realidad la soledad abarcaba toda la semana, y algunos meses y ese espacio vacío en las entrañas, ese estremecimiento ocasional al pensar en lo que amaba y quería de vuelta. El amor es tan precioso… verdadero o falso, que uno siempre se niega a dejarlo partir. Uno piensa que mi amor, mi vida, riman con para toda la vida…no es esa la forma… no hay dichas tan largas.

Ni la felicidad es el éxtasis purísimo de la Venus de Boticelli naciendo de las aguas… eso fue un momento Kodak, el amor carnal naciendo de blanca espuma, ni es el amor carnal nacido a partir del tsunami provocado por la caída del miembro viril de un titán en medio del mar espumoso. ¡Qué más dá eso ahora! pensé en voz alta. Tomé el primero de la noche de la caja. Me lo llevaba a los labios mientras pensaba en todas esas fruslerías, acariciaba con él las partes más carnosas de ellos, sugiriéndome así los recuerdos táctiles de horas más felices…

El humo vagabundo del tabaco encendido que me acompañaba -como amante casual al fin- me adormecía tristemente… Soñaba desde la suavidad de mi boca. Las imágenes se instalaban en mi cabeza como un manejo demencial sin final previsible. Miles de variables, conjeturas, los porqués de mi vida insatisfecha enhebrados en una aguja clavada en mi colchón y listos para hincarse en mis venas al menor descuido.

Yo fumaba por el simple gesto de tener algo cerca de la boca, yo fumaba porque así callaba lo que era necesario no decir, yo era esclavo de mi silencio y de mis palabras… y mis cómplices eran la voluta de niebla que se alzaba sobre mi cabeza, mis palabras mojadas en brandy, mis dedos húmedos y mi sexo también. Yo fumaba para sofocar mi soledad y para sentir la caricia y el calor junto a mí como si estuvieras aquí… por eso no dejaba de hacerlo. Pero eso no me saciaba, encendía uno y otro, y otro más… Me calmaban por unos minutos, y luego estaba ahí, tan desolado como al principio. Queriendo más, temiendo lo peor, aborreciendo de antemano las frases de amor que tendría que forzosamente escuchar de otras personas y que me resultarían odiosas porque no venían de ti. Entonces encendía el “último”, sintiendo un pequeñio placer al aspirar ese humo amargo y caliente, ese humo orgásmico de cielo y tierra, la engañosa paz de los diez minutos.

Yo te amaba, agotaba todo el amor del mundo entre mis dedos, lanzaba plegarias al aire pidiendo por ti, vivía por ti, me movía por ti. Pero no bastaba, tu no estabas. Comprendía lo absurdo de mis deseos, de la belleza insostenible de mi espejismo. Irreflexivamente rasgaba de nuevo el encendedor… la llama danzaba entre el viento y mi aliento. Tenia que calmarme, no podía lorar. Tenía que aspirar ese dulce humo caliente una vez más, ser fuerte, sí. Pero estaba tan agotado. La templanza del momento me dejaba ver las cosas como aparentemente eran: tú me querías, pero de otra manera. Y sí, yo era incapaz de encontrar la serenidad de saber estar conmigo mismo, no simplemente sólo, sino en soledad creativa. Me juré no volverme a dejar llevar por esos momentos; sino, yo me volvía la causa de mis sufrimientos, y no podía volver a culpar a nadie de los efectos.

Entonces, recibí la noticia de tu vuelta como respuesta a mis invocaciones -y a mis correos larguísimos-. cuatro líneas con espacios grandes, pocas palabras que me volvían loco de alegría: Voy a la Capital a arreglar unas gestiones del trabajo. Te aviso cuando llegue. Un abrazo". Tenía que darme prisa, poner todo en marcha, hacer como si viviera sin ti… tragarme el rencor de mis necesidades incomprendidas e insatisfechas. Repetirme sin cesar, todo está bien, todo está bien, todo está bien. Casi hasta lo hubiera creído… si no hubiera sido por esa estúpida lágrima.

Me recliné al borde de la cama y me ví en el espejo con la mirada resuelta: “me das miedo Teresa”, me dije, sonriendo perversamente, recordando a María Félix. Ya era suficiente. El cigarro pendía en mi labio inferior, humeante y absurdo. Ya estaba empezando a comprender. ¿Cómo pude dejarme solo tanto tiempo? Yo no podía negar el efecto que me causabas. ¿Pero en nombre de quien tenía yo que fumarme la vida? Hacía falta ponerme en mi sitio.

Me propuse recobrar mi poder de seducción. Salir a la calle, aceptar invitaciones, reír. De pronto no era ya tan necesario el trabajo de encontrar qué hacer, sino simplemente ir con la corriente. Dejé de llamar por teléfono, no porque lo decidiera, sino porque no encontraba tiempo para hacerlo, vivía un romance conmigo mismo. ¡Pues claro!

Dejé de dar excusas y a estar siempre disponible, yo entendía mis necesidades y empecé a complacerlas, me alimenté de bellezas, de amistades interesantes… comencé a reír y a hacer reír, coqueteaba sólo por el placer perverso de ver hasta dónde podía llegar, todo ese poder me trajo de regalo una corte de gente que me encontraba especial" pero inalcanzable. Dejé, sin darme cuenta, de cubrirme la boca al hablar, de mentir para rellenar mis espacios vacíos, comencé a descubrir los ojos de los demás en sus rostros.

Una llamada me confirmó que habías llegado. Yo acepté esperarte en lugar de irte a buscar. Advertía en tu mirada cuánto yo había cambiado. Pero seguía sintiendo el amor que nos había unido al principio, era tonto negarlo, era tonto buscar culpables, era tonto tirar todo por la borda. Bien, aprendí a dominarme, dejar de temblar de emoción solo de oírte pisar. Me dejé mimar. Esa noche nos amamos y yo me alimenté de tu amor con sabor a fruta mordida, esa noche yo ardía por dentro y no me importaba nada más que hacerme feliz dándome a ti… aceptando tus honores como merecimientos, sintiéndome dueño de un reino y de noble estirpe en tus brazos, en el calor de tu pecho, en el sabor de tu sexo…me sentí libre de mis miedos y parte del amor universal. Yo era libre… y te amaba, al fin.

Todo empezó a marchar a su propio ritmo…y casi al mismo tiempo me dí cuenta que yo ya no fumaba… nunca tuvo sentido hacerlo. No desde que me descubrí en el espejo…