Lo que era preciso era entender de qué se trataba todo esto. La luz estaba apagada ya y el silencio persistía en mi mente… pero había algo a la zaga: el sentimiento de estar viviendo un momento impostergable. Solo había polvo bajo mis zapatos, la única prueba de que una incertidumbre me había hecho caminar y caminar en círculos por la calle, viendo en las vitrinas las cosas que muy probablemente nunca habría de comprar.
En casa no era muy diferente. Me embrutecía sistemáticamente haciendo scrolling en las redes con tal de no pensar. Me creaba los obstáculos más ridículos para no quedarme completamente a solas conmigo mismo. Me había escapado de los interminables reels de atajos de hágalo-usted-mismo para comer un pan con mantequilla. Estaba abrumado en la cocina, sin ganas de levantar un dedo… necesitaba algo caliente para no pensar.
“Solo un poco de té…sí”, murmuré. Me puse a calentar la hervidora aun sujetando el pan con los dientes. Un reel me sonaba en la cabeza “el secreto de hacer un buen té es calentar bien la tetera, parece tonto, pero es im-pres-cin-di-ble”. -repetía con afectación inglesa, en voz alta-. Estoy tan solo que solo yo me tengo para aplaudirme mis gracias ¿a quién engaño? el silbato anunciaba impertinentemente que ya el agua estaba a punto. La vida se vuelve elecciones, lo que conviene y lo que definitivamente no… ¿Cómo, con qué poder sopesar las diferencias? Yo precisaba tomar distancia de ti. Para poder pensar, para poder sentirme. Yo tenía miedo. Yo no quería quedarme solo y secretamente tu aniquilabas la inquietud fantasmal de la soledad que me rondaba cada vez que cruzabas el umbral de la puerta. Yo te amaba… Te amaba y te despreciaba cuando veía tus miserias cotidianas, eso que pensaba que debías cambiar, pero -por una de esas paradojas eternas- comprendía que, si te forzaba hacerlo, ya no serías nunca más la persona que yo escogí amar.
Siempre quise para mí el brillo de los reflectores, alimentarme de belleza, ser requerido, apreciado al ayudar a otros, dedicarme a hacer las cosas que me gustaban, y si, amar, compulsivamente, a ratos. Todo eso me daría paz, serenidad, la convicción de estar contribuyendo con los giros de este planeta azul, expandiéndolo con la alegría de mis sueños realizados.
El té estaba listo, ya después de un par de minutos de desprender sus aromas en el vientre caliente de la tetera, mientras descargaba su pico reverentemente en la taza de gres china. La llevé a la boca sujetándola con ambas manos, concentraba todos mis sentidos en la sensación de mis labios acercándose lenta y prudentemente a los vapores perfumados del té y la miel, que ya me ascendían por el rostro, entraban sinuosos por la nariz, lo dejaba introducir todo en mi cuerpo en sorbos cortos, sintiendo el sabor y el ardor intermitente en mi garganta. calmándome y llegando a cada parte de mi cuerpo, como llega el agua a una planta. Un placer inexplicable y un delicioso bienestar, como un orgasmo simultáneo, pero con uno mismo.
De pronto, sin que pudiera refrenarlo, me asaltó el recuerdo de ese encuentro contigo en la calle. Yo ya había recompuesto mi vida, había reconstruido cada ruina que había dejado su partida de mí, no, no vivía la vida que deseaba, pero estaba tranquilo y bien, ¡demonios!, ¿por qué tenía que regresar con esa imagen de socialite trendy a mí? ¿por qué debía dejar esa tarjeta en mis manos con esa sonrisa socarrona de amante casual, acariciándome los dedos? me tentaba sin duda llamar por teléfono y recobrar todos esos años perdidos, el brillo de las fiestas, los restaurantes, el cine, el sexo con conversaciones hasta la madrugada…
Pensaba con la mirada fija en la nevera entreabierta, buscando que más podía llevarme a la boca… nada, como fuente de plaza, sólo agua y luz. ¡Qué promiscuidad de nevera! -Dije en voz alta, recordando a la cocinera de aquella película- y me reí tanto que acabé derramando el té sobre mis pies.
Me levanté dejando todo aquel estropicio tras de mí y fui a hacerme un exorcismo de agua caliente y jabón, me lo merecía. Me desvestí de prisa y me metí en la ducha. Meditaba mientras el agua me mojaba el cuerpo, recordaba sus caricias, las cosas que me hacían bien de nuestra relación, las cartas que escribí, las veces que creí reconocer en los personajes de los filmes el suyo propio. Era tonto, pero tanto amor no había hecho más que construir en mi cabeza el trono de un ideal.
Esos seis años de ausencia me hicieron descubrir que habíamos cambiado mucho, me hacía reír lo procaz de su pose glamorosa y perversa, de sus pobres pretensiones, de su manipuladora sensibilidad forzada. La ambición lo había cambiado todo en su forma de ser, yo solo era un hito en su territorio, algo confiable para verificar su poder de seducción,nada más. La espuma del champú me aclaraba a las ideas a medida que era arrastrada por el efecto masajeador del agua sobre mi cabello… Decidí finalmente no llamar. Dejar todo como estaba, protegido en el armario de mis recuerdos, inmutable, donde podía sacar lo que yo quisiera, contemplarlo y masturbarme mentalmente con cada imagen extraída de él, no permitirle jamás la insolencia de pretender cambiar la hermosa película que tenía yo de aquellos días. La felicidad es un brillante perfecto en su momento en el tiempo… un hermoso diamante que no se debe volver a cortar.
Yo ya no era el mismo, ni era este el tiempo de volver a ser quien era. Hoy yo dormía solo por propia elección, estaba en el lugar correcto, haciendo lo que me tocaba, muy vivido para dejarme atrapar con viejos trucos, muy joven para dejarlo todo pasar y muy dispuesto a seguir amando, así lo había escogido, ésta era mi vida.